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viernes, 11 de junio de 2010

La fiesta del fútbol

Por Martín Kohan | 04.06.2010 | 23:13 PERFIL

Cuando se habla, como se habla, del espectáculo de las tribunas en el fútbol, y se lo exalta y se lo enfoca y se lo fotografía y se lo celebra, no se piensa en el espectador sonriente que sacude su banderita plástica en la platea baja del estadio, no se piensa en las caruchas pintadas con témpera ni mucho menos en la tontera ecuménica de la ola: se piensa en el despliegue descomunal de enormes banderas y paraguas que brillan en las cabeceras, se piensa en la resonancia impactante de los bombos y platillos y los cantos poderosos. Cuando se elogia, como se elogia, la importancia del aliento sostenido y hasta se le concede influencia en el rendimiento de los jugadores en el campo, no se piensa en el aplauso entusiasta que agasaja la salida del equipo ni en el hecho de gritar gol cuando se produce un gol: se piensa en la disposición tribunera a cantar de manera incesante, manejando con las letras y los tonos las subidas y bajadas de ánimo de los diversos momentos de
un partido.
Hace mucho tiempo que los hinchas que llevan a cabo esa fiesta tan encomiada, los hinchas que organizan y sostienen ese espectáculo tan requerido, reciben dineros cuantiosos para viajes y cotillón, se entongan con dirigentes que los protegen para ser a su vez protegidos y se agarran a piñas o a tiros para dirimir conflictos internos y externos. Por supuesto que no vendrá nada mal indagar quién tuvo a bien financiar el viaje de los barrabravas que actualmente pasean por Pretoria. Pero no quita que cada cual se pregunte por su parte cuál es con precisión el objeto de su entusiasmo cuando mira el mundial por tele y se entusiasma, exactamente a qué le está llamando fiesta y exactamente a qué le está llamando espectáculo.

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